La felicidad es ver a tu amigo sonreír, es correr sin un motivo, en sentir un abrazo, es llorar junto a alguien, es aprender a vivir sin lo material.

OH; Darling !

viernes, 22 de junio de 2012

Consecuencias de...

Ana nunca tuvo demasiados problemas con nada. Era lo que podríamos decir una chica normal, suponiendo que conocemos el concepto de normalidad. Era regular como alumna y como hija también. La relación con mamá siempre fue bastante conflictiva, sus caracteres nunca congeniaron, pero cuando papá se fue, el vínculo de una madre y su hija de nueve años empeoró. Pueda o no creerse.
Mi hermana, mi Ana adorada, siempre amó la música. Ella dejaba de oír el sonido y comenzaba a sentir lo que el autor sentía casi en un grado de estigma; era admirable la pasión con la que vivía la música. Siempre soñó con dedicarse a su amor y vivir de eso, desdichadamente Ana no pudo vivir de nada, Ana no pudo vivir.
Recuerdo lo angustiada que estaba aquel instante en el que un ángel me obligó de un empujón a pasar por su cuarto que tenía la puerta entreabierta y me permitió presenciar clandestinamente el momento en el que ella, sumergida en llanto, le confesaba a su amiga que estaba embarazada. Fue el resultado de un exceso de alcohol, un oportunista sexual y algún estimulante extra. Una fiesta cuyo final Ana encontró saliendo del edificio para escapar de aquella histérica multitud hacia algún otro lugar. No iba sola, su compañero se llamaba Luis, según mi hermana después me contó. Lo conoció esa noche, tenía veinticinco años, estudiaba abogacía y era un experto a la hora de vender espejos de colores.
Alejados ya de toda molestia y después de una prolongada conversación, comenzaron los besos que subían la temperatura cada vez más y las caricias que paso a paso cambiaban los matices de la piel de ambos. Ana tocaba el cielo, para Luis ella era alguien más. Después de esa noche, el tiempo que solo cumplía con su trabajo y no le importaba nada más, lo barrió todo. Pero con la llegada del verdugo invierno, ella notó que algo había cambiado y para cuando quiso darse cuenta, la paranoia ya la había invadido y llenaba cada vez más rápido todos los espacios dentro de Ana, espacios que ahora debería compartir con el miedo y con aquel pequeño brote que florecía dentro de su vientre. Una vez confirmado el asunto, supo a su manera explicarme el porque de su pena, temía lo que nuestra madre dijera al respecto, y hoy lamento no haberme inmiscuido más en el tema. Quizás hoy ella estaría acá. Me planteo la idea que una amiga le había propuesto: sabían de la existencia de un médico que además de médico era mago, un mago capaz de hacer desaparecer este tipo de problemas. Me negué a darle mi apoyo en esto. Por aquellos días mi proximidad a la iglesia me impedía pensar en que la vida de mi hermana también estaba en juego y la dejé librada a su suerte.
Salió una mañana de casa, muy temprano. Había dejado la ventana abierta y un viento de Julio que por allí entró, recorrió mi espalda desnuda y desperté con el canturreo de Ana, que con su dulce voz pronunciaba casi en susurros: "y yo estoy en cualquier planeta, presiento que algo va a pasar..." pero sin darle demasiada importancia al error que estaba cometiendo la interrumpí pidiéndole que cierre la ventana. Pensar hoy que lo último que le dije a mi hermana fue eso, me produce escalofríos.
Cinco horas más tarde, Flavia, su amiga, llamaba por teléfono a mi casa para comunicarnos que ella había sufrido un "accidente". Un aborto mal hecho que derivó en la hemorragia que le mostró el final del camino. Tiempo después, mi mamá y yo intentábamos prepararnos para enterrar a una hija y una hermana de diecinueve años, llena de ilusiones que ahora se iban junto a una brisa cruel que hirió cada parte de mi vida.

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